Reseña crítica: Harlan es un Observador, una especie de crononauta que tiene como misión mantener la inalterabilidad del Tiempo. No es el único, sino que coopera con Técnicos y Programadores, dirigidos por el Dr. Twissel. Viviendo fuera del Tiempo (y también del espacio), es decir en la Eternidad, estos individuos son inmortales y como tales, son capaces de acceder a cualquier siglo del pasado y el futuro hasta el siglo mil, más allá del cual no tienen dominio por alguna misteriosa causa. Por encima del doctor, hay un severo consejo que no permite la mínima desviación disciplinaria de las rígidas normas que rigen la Eternidad. La meta es resolver el enigma de los siglos postreros y cerrar el círculo temporal formando un bucle para que "la Eternidad sea eterna". Con estas premisas se plantea el conflicto: nuestro Observador sufrirá el embate del viejo y tradicional Amor, cuando quede prendado de una secretaria llamada Noys. Correspondido, Harlan comprende que será su fin, así que decide ocultar a su amante en el 1134, uno de los siglos inexplorados. Por su parte los altos funcionarios de la Eternidad se proponen enviar a un técnico menor, un tal Cooper, en una misión especial: regresar al pasado para ser quien en el siglo XXIV descubriera la posibilidad de la Eternidad y se convirtiera en su creador y fundador. Así que el viaje de éste Cooper a tal siglo no solo permitirá la existencia de los inmortales sino que asegurará el ansiado bucle. Por su parte Harlan quiere regresar a donde Noys, pero se encuentra con una barrera que le impide ir más allá del siglo mil. De regreso a la base, saboteará el plan de los señores del Tiempo y pondrá como condición para dar con Cooper el recuperar a su amada. ¿Tendrá éxito en semejante apuesta? ¿Qué prevalecerá, los intereses del amor o los intereses de la Eternidad? Tomando como eje la rica novela de Isaac Asimov pero, desde luego, sin contar con un presupuesto que permita gran despliegue o mayores aspiraciones, el film se convierte a la fuerza en una de esas novelas rusas de ciencia-ficción de las denominadas "hard", con profusión de conceptos expresados por los intérpretes en sus diálogos y pocas chances para que el realizador a cargo haga lo que la universidad del cine soviético le habrá encargado que es hacer cine. Salvo la secuencia amorosa entre Harlan y Noys, una previa de multitudinaria danza artística y el último rollo con un viaje al siglo XX (en vez del al XXIV), el film consiste enteramente en diálogos entre los protagonistas con el marco de vetustas instalaciones estilo steampunk. A cualquier lector aficionado al género o que tenga en su biblioteca el citado libro de Asimov, sin embargo, le bastarán estos ingredientes para mantener la atención a través de las más de dos horas de metraje. De vez en cuando, incluso, hay algunos matices valiosos, como una banda sonora futurista pero muy propia de la década del ochenta y la similitud de la burocracia de la Eternidad con la del desfalleciente sistema casi a las vísperas del derrumbe del "eterno" Muro de Berlín. Uno de los diálogos de Noys, justamente, es un atinado y contundente uppercut al Soviet: "un sistema como la Eternidad que permite a un puñado de personas elegir el futuro de toda la Humanidad, conduce inevitablemente a que los mejores intereses de la humanidad se vuelvan mediocres". [Cinefania.com]
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