Reseña crítica: Estamos en un futuro no muy lejano de 1965 y no muy anterior a 1970. Hay un incidente militar en Berlín y el mundo tiembla. Ya ha pasado antes (recordar la crisis cubana de los misiles), pero había triunfado el sentido común y la cosa no había pasado a mayores. Pero, ¿qué pasaría si...? Esta es la clásica pregunta que se hace la ciencia-ficción, y sus lineamientos parecen presidir este estupendo telefilme, cuya brevedad es indirectamente proporcional a su fuerza narrativa, compromiso humano y lúcido mensaje propagandístico. Tras la apretada información acerca del problema, la cámara nos muestra los primeros pasos organizativos ante la crisis. El gobierno se descentraliza, y la administración pasa a grupos de consejeros vecinales, que manejan la logística de evacuaciones, racionamientos, defensa, etc. Esta vez la cámara interroga a los ciudadanos ingleses que tan preparados están ante una hipótesis de conflicto. Algunos poseen primitivos refugios en sus propias casas, otros se molestan cuando son obligados a alojar a núcleos familiares de mujeres y menores de edad evacuados desde centros urbanos que son potenciales blancos debido a su cercanía con objetivos militares. Cuando estos refugiados son de color, el rechazo crece. Teóricamente todos los ciudadanos han recibido folletos explicativos para casos de urgencias radiactivas, pero siendo vendidos a 9 peniques la unidad, el folleto no ha sido muy popular. Hablan científicos, sociólogos y vicarios. Un ferretero enuncia los precios de materiales para construirse un refugio. Un vecino muestra orgulloso el refugio que logró construirse debido a tener un amigo contratista. Tiene un arma de fuego y admite que la utilizará en caso de ser necesario. ¿Será cristiano permitir la intrusión de otros vecinos en el refugio propio? Ante este rango de preocupaciones, surge la fría realidad: Un misil soviético lanzado desde un país del Pacto de Varsovia tardaría minutos en llegar a suelo inglés. Pero, peor aún, un misil lanzado desde un submarino que surque el Mar del Norte, la demora sería de segundos. Tras un episodio confuso, suena la alerta y un misil nuclear de 1 megatón cae cerca de Kent. El desastre convierte los anteriores temas de discusión en banalidades que se evaporan ante un estallido lumínico que quema las retinas que lo observan a 30 km de distancia. Los siguientes 35 minutos de metraje ejercen una descarnadísima crónica sobre como serían las siguientes horas, días y meses tras la conflagración nuclear. Sus consecuencias abarcan a los sobrevivientes que mueran en el corto plazo, a las fuerzas del orden que tengan que lidiar con la situación, a los trabajadores del campo de la salud pública y al racionamiento. Ejemplo de autocrítica, el director Peter Watkins recurre para la narración en off para tocar temas delicados: menciona las consecuencias del ataque aliado a Dresde y el trágico bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. Y recurre a imágenes fuertes para llamar la atención: un balde repleto de anillos de matrimonio (recurso utilizado para determinar identidades de seres calcinados) y la imagen de un niño quemado que ha sobrevivido pero que morirá a los siete meses. También nos regala un cuadro pesadillesco: el tremendo efecto calorífico de la explosión convierte el oxígeno de una calle abierta en dióxido de carbono, y la cámara nos muestra como hombres maduros y niños caen al suelo, lentamente, víctimas de asfixia. Tras este potente cúmulo de imágenes, la reacción más natural es el silencio. Pero tras su emisión original, más que silencio, generó una amplísima gama de polémica, críticas y natural movimiento de avispero, todo lo cual habla muy bien de este brillante y bien encaminado director. [Cinefania.com]
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