Reseña crítica: Un matrimonio discute. El marido (James Villiers) pretende que su esposa lo acompañe pero ésta (Wendy Craig) no puede parar de llorar ante la idea de ir a buscar a su propio hijo a una escuela especial donde ha estado internado durante 2 años, después de negarse a comer y dormir en su propia casa. Finalmente, alegando una terrible jaqueca, envía en su lugar a la Niñera (la excelsa Bette Davis). Al llegar al instituto el padre es recibido por una autoridad (Maurice Denham, en uno de sus típicos roles de médico) que le explica varios de los problemas del niño. Su discurso es levemente inquietante: "un adulto que se crea Buffalo Bill está demente, pero solemos tomarlo con naturalidad cuando es un niño". Y tanto hablar del niño, que finalmente aparece... Pero gastando una morbosa broma a una anciana cuidadora del lugar. Un niño de 10 años, Joey... Un demonio de 10 años (magistralmente encarnado por el precoz William Dix). El cruce de miradas entre Joey y la Niñera es esclarecedor. Hay odio. Odio profundo, enraizado en cada célula del infante. De parte de la Niñera hay comprensión y tolerancia. Joey regresa a casa y comienza a manifestar las mismas perturbaciones que antaño. Es caprichoso, exige cambiar de dormitorio, se niega a comer nada cocinado por la Niñera, contesta a sus mayores... La gran oportunidad para hacer de las suyas surge con el repentino viaje del padre, que debe estar fuera durante dos días (el padre es mensajero de la Reina). Y no habrá respiro para la madre de Joey, que con cada infernal travesura de su hijo sufre un ataque de depresión. A medida que la trama progresa hacia delante, también se enriquece el pasado. Aparecen elementos que nos van completando el cuadro, como el recuerdo de una hermanita menor (Angharad Aubrey), aparentemente fallecida por alguna travesura de Joey. Sobre este punto es que, parece, nace la supina repulsión de Joey por la anciana Niñera. Y a todo esto, recién comenzamos a percibir algo de la verdadera personalidad de la Niñera en los momentos culminantes. A primera vista se trata de un nuevo thriller psicológico de la Hammer. Pero la particularidad es que esta vez no son los personajes de la ficción las únicas víctimas de las manipulaciones psicológicas, sino que ahora también el espectador es parte del juego... Que tiene a la Niñera como eje principal. Es que la hemos visto durante todo el metraje, comprendiendo su comportamiento y demostrando eterna paciencia ante las insolencias reiteradas de Joey. Hemos tomado el lugar del adulto, racional, disciplinado, civilizado, por oposición al niño, primitivo, maleducado, bárbaro. Los determinados fragmentos vistos de tales personajes nos han motivado a tomar rápido partido por la Razón, o mejor dicho, por aquello que aparenta serla. Y, he aquí la genial manipulación psicológica del guionista Jimmy Sangster que, admito, puede no funcionar en todos los espectadores: una vez desplomada la enclenque armazón de las apariencias, una vez revelada la auténtica situación entre Joey y la Niñera, seguiremos tratando de forzar esta nueva realidad para que vuelva a encajar en los patrones iniciales. Para que regresemos a nuestra previa asignación de "Civilización y Barbarie"... Por supuesto, no sería posible extraer ninguna impresión o percepción tan específica en la materia si la película no estuviera perfectamente estructurada, con actuaciones soberbias, naturales, impresionantes en el caso del elemento infantil, con una fotografía magistral y recursos propios del género, como flashbacks, secuencias repetidas pero desde diferentes puntos de vista, narración en bloques, postular el carácter de un personaje a través de una acción o un solo diálogo. El director palestino Seth Holt pareció estar verdaderamente inspirado al plasmar este auténtico tour de force en lo cinematográfico pero también psico-patológico. [Cinefania.com]
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