Reseña crítica: En la Suecia Medieval, un caballero (Max Von Sydow) y su escudero (Gunnar Björnstrand), regresan luego de una Cruzada y se topan con las huellas de la peste bubónica, que azota toda Europa. En una playa, el Caballero se encuentra con un ser oscuro (Bengt Ekerot) que afirma ser La Muerte. El Caballero le ofrece jugar una partida de ajedrez en la que apuesta su propia vida. No lejos de ahí, el cómico ambulante Jof (Nils Poppe) tiene una visión en la que observa a la Virgen jugueteando con El Niño. Junto a su esposa (Bibi Andersson) se propone actuar en el pueblo, a pesar de los rumores sobre la cercanía de la epidemia y sus nefastas consecuencias. En tal ambiente de superstición, fe religiosa y pasiones humanas, se produce el ajusticiamiento por brujería de una joven (Mand Hansson) que ofrece sustanciosas revelaciones sobre la inminencia de su muerte al curioso Caballero, que aún no ha terminado su propia partida con la Parca. La película discurre en un clima tenso y alegórico, en el que las personas tratan de disfrutar sus lastimosas existencias a la par que se someten a flagelaciones. ¿Se trata del Apocalipsis, como rumorean los parroquianos de una taberna? ¿Es que la Humanidad ha alcanzado el límite de soberbia y pecado que se hizo merecedora de la Ira de Dios? Cada personaje tiene sus propias dudas existenciales, y marchan rumbo a sus diferentes destinos (¿rastros de doctrina calvinista?), que llevan a la mayoría a encontrarse con la temida Muerte. El director Ingmar Bergman adopta un tono lírico (especialmente con la famosa danza de figuras recortadas en el horizonte, uno de los grandes momentos de la Historia del Cine que fue filmado de casualidad) y aprovecha para incluir gran cantidad de símbolos y metáforas, tanto espirituales como morales, dándose espacio para diálogos significativos (el del Caballero y la Muerte en el confesionario, memorable), encuentros bucólicos (el Caballero y su Escudero reuniéndose con la troupe del Cómico) y climas casi terroríficos con el Caballero regresando a su tétrico Castillo y siendo visitado por su temible Perseguidor. La expresividad de los actores y como Bergman los fotografía son una probable herencia de Carl Theodor Dreyer, con quien también comparte el tono fantástico-realista de la ambientación medieval de su historia. Desde su estreno (que también sirvió para difundir al director a nivel mundial), la película ha sido categorizada como obra maestra y citada profusamente en los libros más serios y enciclopedias, y gran cantidad de autores se han preocupado por realizar lecturas e interpretaciones. Esto ha generado, con los años, una especie de "desencantamiento" progresivo que no poseen otros filmes de Bergman y que tal vez se deba a su directo planteamiento de cuestiones espirituales (siendo el cine, por su concepción masiva y popular, el último lugar en donde hoy se podrían manifestar dichas cuestiones). En general, se tiende a considerarla como una metáfora del Ser Humano buscando a Dios y encontrándose con la Muerte (el intermediario entre la Realidad y el Más Allá), y también sobre la propia vida del director (en la que se rebela contra su propia instrucción luterana). Sin intelectualizar tanto, la película nos deja una profunda alegoría que por momentos logra lo mismo que se propone el Caballero Antonius Block cuando intenta retrasar su hora final: nos brinda la impresión (solo eso) de estar a un paso de conocer lo Esencial acerca la Vida. Pero, como diría el Principito, esto "es invisible a los ojos"… "pero no al alma," agregaría la Muerte mientras tala nuestro árbol y "cancela por duelo" esta disertación. [Cinefania.com]
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