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PARA LEER A SARMIENTO

Estadista visionario. Bárbaro civilizador sediento de sangre. Padre del aula. Racista impenitente. Incitador de la ocupación chilena de la Patagonia. El mejor escritor en lengua española del siglo XIX, al decir de don Miguel de Unamuno. Ególatra enfermizo. Introductor en el país de “plagas” (sic) como los  italianos, los gorriones y las maestras normales, al decir de Ignacio Anzoátegui. Defensor de la democratización de la tenencia de la tierra. Loco. Genio autodidacta. ¿Por dónde entrarle al juicio histórico de esta contradicción permanente llamada Domingo Faustino Sarmiento, de quien por estos días se cumplen 200 años de su nacimiento?

“Remito a S. Exa. un ejemplar del ‘Facundo’ que he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de tantos medios tocados para ayudar a destruir un gobierno absurdo, y preparar el camino a otro nuevo”. (Carta de Sarmiento al Gral. José María Paz, 22 de diciembre de 1845. Las cursivas son mías).

Aunque ese gran simplificador que es el desconocimiento nos haga pensar lo contrario, la existencia de debates sin saldar sobre figuras históricas no es una exclusividad argentina. Hace unos meses, el historiador inglés Richard Toye sacudió a su país con un libro que pone en tela de juicio la imagen que habitualmente se tiene de Winston Churchill. Uno de los hombres que salvó a la libertad y la democracia del monstruo nazi, claro, pero también alguien que participó en la destrucción de los hogares de campesinos sublevados y la quema de sus cosechas en Pakistán. Que disparó personalmente al menos a tres rebeldes en Sudán. Que apoyó la construcción de campos de concentración en Sudáfrica. Que afirmó que "la estirpe aria está destinada a la victoria". Que envió bandas de matones contra los católicos irlandeses. Que defendió el uso de gases contra los kurdos de Irak. Que dijo "odio a los indios, son un pueblo bestial con una religión bestial". Que eraconsiderado por propios compañeros de gabinete como un brutal racista. Que implementó políticas que causaron una hambruna en Bengala que se cobró 3 millones de vidas. Que aprobó una feroz campaña de "limpieza étnica" en las tierras altas de Kenya. Etcétera.  

Así de compleja es la naturaleza humana, así de complejos suelen ser los grandes nombres de la Historia, así de capaces pueden (podemos) ser de lo sublime y de lo repugnante. (Pienso también en tantos personajes igual de contradictorios de nuestra contradictoria historia, digamos Rosas, Urquiza,  Roca, Perón, por qué no Néstor Kirchner. Digamos, por fin, Domingo Faustino Sarmiento). Juzgarlos sólo por sus aciertos y juzgarlos sólo por sus errores (aún cuando a veces esos errores sean verdaderos crímenes) son dos caras del mismo error; quedarnos en una desabrida enumeración de actos, en la que todos valen lo mismo, es otra forma más del error, y para mayor mal, demasiado vecina a la cobardía.

Dice el historiador norteamericano A. J Langguth en su libro “Andrew Jackson and the trail of tears to the civil war”: "la coherencia filosófica es una virtud académica, no política. El mismo Jefferson que definió la idea de libertad para Estados Unidos perpetuó la esclavitud. El Lincoln que salvó la Unión suspendió [la vigencia del derecho de] hábeas corpus. El Franklin Roosevelt que rescató la libertad [para el mundo] envió a los norteamericanos de origen japonés a campos de internación. Remarcar el precio humano del poder no es minimizar su costo. Por el contrario: entender que, incluso en nuestra hora mejor, estamos lejos de la perfección, es un recordatorio de que toda lucha, en política, siempre está inacabada". 

Cualquier juicio histórico sobre Sarmiento debería partir de considerar la época y el contexto cultural en el que se movió el personaje: el siglo XIX, el cual habitó intensamente casi por entero (recordemos que nació en 1811 – cuando aún vivían, entre otros, Napoleón, Beethoven, Goethe, Schopenhauer, Stendhal, Lord Byron, William Blake, Thomas Jefferson, Miranda – y murió en 1888 – cuando ya vivían, entre otros, Yrigoyen, Alfredo Palacios, el Káiser Guillermo II, Freud, Churchill, Lenin, Stalin, Picasso, el futuro Juan XXIII). La superioridad racial de los europeos (y entre ellos, de los pueblos germánicos como los ingleses o los alemanes) era un axioma del pensamiento occidental de la época: basta, para ello, con releer el “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas” de Gobineau. Esto no hace que las ideas racistas de Sarmiento con respecto a indios, negros, gauchos, españoles, italianos y judíos sean menos repugnantes a nuestros ojos, ni menos dignas de nuestro rechazo militante en nuestros días, pero aquí es donde debemos preguntarnos cuál es el objetivo de la indagación histórica: ¿indignarse, lamentarse, o comprender? (1)

Lo mismo sucede con el temperamento autoritario y cruel con el que Sarmiento incitaba a aplastar todo vestigio de oposición a su proyecto, del cual la fría ejecución y posterior decapitación del Chacho Peñaloza es un ejemplo acabado. Estamos hablando de una época de la historia argentina en la cual el debate entre ideas diferentes se daba en el campo de batalla, y en el que no hay bando que no haya recurrido a la violencia como argumento: recordemos el fusilamiento de Liniers, el fusilamiento de Martín de Álzaga, el fusilamiento de Dorrego, la muerte a lanzazos de Laprida, el asesinato de Facundo Quiroga, el degüello de Marco Avellaneda, el fusilamiento de Martiniano Chilavert tras Caseros, el asesinato de Urquiza, la revolución mitrista de 1874, la revolución radical de 1890. (Incluso hasta no hace muchos años hubiera costado dar por pasado ese triste sino de la historia nacional, e incluso hoy es perceptible nuestra dificultad para administrar los conflictos sin caer en la violencia verbal gratuita). Repito: el contexto no hace menos espeluznante el asesinato y descuartizamiento de un hombre vencido y desarmado como Peñaloza, pero otra vez ¿cuál es el objetivo de la indagación histórica, indignarse, lamentarse, o comprender?

¿Qué cuál es el juicio histórico definitivo sobre Sarmiento, entonces? No existe tal cosa como un “juicio histórico definitivo”, porque, como afirmaba Nietzsche, no existen los hechos, sólo las interpretaciones. Esto no debe ser leído como expresión de una negación patológica de la realidad, sino un reconocimiento de que no existe historia sin un sujeto que la narre, sujeto que, por otra parte, necesariamente expresará, en su versión de la historia, sus valores y circunstancias. Lo más parecido a un juicio histórico es el resultado del debate entre diversas interpretaciones de la Historia, el cual, por su propia naturaleza, siempre será provisional, abierto a nuevas evidencias y nuevos enfoques. Los debates históricos no se saldan jamás: se abandonan cuando dejan de ser relevantes.

Por mi parte, veo a Sarmiento como símbolo de una dicotomía irresuelta que vertebra nuestros dos siglos de historia independiente: la que enfrenta a proyectos modernizadores que no reparan en sacrificios y a los movimientos populares nacidos para expresar a las víctimas de dichos procesos. Mal podría haber, entonces, acuerdo sobre la figura del sanjuanino cuando los debates en que se vio envuelto en su larga y prolífica vida todavía tienen lugar en nuestro Congreso, en nuestros medios, en nuestros bares, en nuestros hogares, incluso dentro de nosotros mismos.

NOTAS

(1) “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del Ángel de la Historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irrefrenablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso”. “Tesis de Filosofía de la Historia”, Walter Benjamin (1892-1940).

VÍNCULOS

Sarmiento contra la oligarquía ganadera pampeana”. Florencia Pagni y Fernando Cesaretti. Escuela de Historia, Universidad Nacional de Rosario. Diciembre 2006.

Artículo sobre Sarmiento en La Gazeta Federal (un verdadero repertorio de su lado más oscuro, por cierto).

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