BEATLES: MIENTRAS MI CHARANGO LLORA SUAVEMENTE
La historia comienza con un hombre que no pudo conseguir un taxi a tiempo en la puerta de un hotel de Nassau, en las Bahamas, una mañana de febrero de 1965. Ese hombre era un actor indio, Hrundi Bakshi, quien tenía un pequeño papel en la película Help! que Richard Lester filmó para los Beatles. Ese día, Hrundi se había comprometido a prestarle a George Harrison unos discos de música hindú y un par de instrumentos, un sítar y una tambura. Pero nunca llegó al encuentro, perdió su papel en la película y su oportunidad de hacerse amigo de un Beatle, y luego el destino lo llevó por caminos disparatados, tanto que a los pocos años se filmó una película basada en algunas circunstancias de su vida. Pero la parte importante de la historia sigue con George, aburrido de esperar una visita que no llegaba, curioseando en un local de venta de discos.
George compró un par de discos de country y blues y un viejo simple de Bob Dylan que no conocía. Mientras revolvía la batea que el aburrido y provinciano centro comercial denominara Rarities ("rarezas") en un alarde de pereza taxonómica, se dio cuenta de que se le hacía tarde para volver a la filmación... y se compró la batea entera y pidió que se la enviaran a su bungalow. Los discos quedaron unos días apilados en un rincón, hasta que George mandó a que se los empacaran y se los enviaran a su casa de campo en Esher, Inglaterra. Una noche del verano siguiente comenzó a escuchar algunos discos al azar, sin prestar atención ni al artista ni al género. Se sorprendió con un álbum de una música extraña, dulce y melancólica, tocada con varios instrumentos de sonoridad exótica. Era, como todos saben hoy, la entonces flamante Misa Criolla de Ariel Ramírez. A Harrison, sobre todo, le llamó la atención un instrumento de cuerda, el charango, ejecutado con manos maestras por Jaime Torres. A los pocos días (nada se le negaba un Beatle por aquellos años) George tenía en su casa un pequeño arsenal de instrumentos de música andina: un sikus, un erke, un erkencho... y un charango. La historia sigue, unos pocos meses después, en el segundo tema de Rubber Soul, Norwegian wood, donde el curioso instrumento sudamericano hace su ingreso al mundo del pop.
Demos un salto a setiembre de 1966. Los Beatles acaban de renunciar a las giras, hartos de vivir encerrados en el hotel para evitar el acoso de los fans, hartos de los problemas padecidos en Japón con los ultranacionalistas, en Filipinas con la dictadura conyugal de Ferdinando e Imelda Marcos y en Estados Unidos con los fundamentalistas bíblicos, ofendidos por John y su frase "hoy los Beatles son más importantes que Jesús". Durante unas nunca más merecidas vacaciones de tres meses, Ringo se quedó en casa con su esposa y su hijo recién nacido. Paul se dedicó a recorrer galerías de arte, cines y teatros del Swinging London guiado por su novia Jane Asher. John se fue a Andalucía, a filmar How I won the war con Richard Lester, a dejarse el pelo corto, a comenzar a usar los lentes con que hoy asociamos su cara y a componer el primer esbozo de Strawberry Fields Forever. Y George... George consiguió, a través de un contacto, un encuentro en Bolivia con el maestro charanguista Mauro Núñez. Pero tuvo la mala suerte de que las autoridades militares bolivianas confundieran a uno de sus asistentes con uno de los miembros del grupo guerrillero del Che Guevara y, tras varias horas de deliberación y una oportuna intervención de la embajada británica, deportaran al músico y su grupo de acompañantes a Argentina.
(Imagen de arriba a la derecha: los Beatles cruzando Avenida Corrientes frente al Obelisco, marzo de 1968. La idea de la foto les pareció tan buena que la clonaron para la tapa de Abbey Road).
El revuelo consiguiente hizo imposible mantener el secreto de la presencia de un Beatle en Buenos Aires: Ezeiza se vio copada por miles de jóvenes que querían ver de cerca a uno de los ídolos de la época. Con grandes dificultades, George logró evadirse de la multitud y refugiarse en una quinta de Castelar, alquilada a último momento por los representantes en Argentina de la compañía discográfica de los Beatles, EMI. Se logró mantener el secreto de su localización unas semanas, las suficientes para que George tomara clases de charango y música andina con uno de los discípulos aventajados de Núñez, el mencionado Jaime Torres. Harrison hasta alcanzó a hacerse una escapada secreta a Salta y Santiago del Estero, donde dicen que asistió a una Salamanca y a ceremonias aún peores, como a una cena con empanadas fritas en grasa no aprobada por la Convención de Ginebra y condimentadas con picantes que derriten los contadores Geiger. También charló con artistas como Mercedes Sosa, Ariel Ramírez y Juan Falú, y se impresionó con un sacerdote católico, el padre Carlos Mugica. Hay una foto que testimonia la visita de George Harrison, uno de los Beatles, uno de los máximos íconos mundiales de la época, a la humildísima capilla de la Villa del Retiro. Junto al sacerdote, Harrison y su esposa Pattie, hay un chico de unos veinte años con una camiseta de River Plate. Es Juan Alberto Badía.
De los meses que pasaron los Beatles en Argentina en 1968 ya se ha hablado y escrito mucho, y permítanme por ello recurrir a una copiosa elipsis. Ringo se fue enseguida, Paul duró sólo un mes, pero George y John pasaron mucho tiempo con Mugica y otros miembros del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, bajo la atenta y nerviosa vigilancia de la Policía Federal, y en el proceso desarrollaron un gran interés por el pensamiento de Juan Domingo Perón. No tardaron mucho tiempo en visitarlo en su residencia de Puerta de Hierro, en su exilio madrileño. Las fotos de los cuatro Beatles con Perón y sus caniches, ante la atenta mirada de la tercera esposa de Perón, la llamada Isabel, y de su secretario privado José López Rega, son de dominio universal. (En muchas de las fotos, beatlemaníacos o peronistas muy influidos por el abordaje stalinista de la iconografía recortan a Isabel y López Rega. No puedo culparlos). El resto es, apenas, las canciones.
Y qué canciones. Get back ("regresa"), escrita en apoyo al retorno de Perón a Argentina tras varios años de exilio, y cuya clara toma de partido cambia la clave de lectura de temas como Here comes the sun ("aquí llega el sol") o The long and winding road ("el largo y sinuoso camino / que me lleva a tu Puerta / nunca desaparecerá"). Revolution, la dubitativa respuesta de Lennon a la agitación revolucionaria de aquellos años, en el mismo disco en el cual apoya la lucha armada en Happiness is a warm gun. Las cintas reproducidas al revés que en ese solecismo musical que es Revolution 9 proclaman "la vida por Perón", "por una Patria justa, libre y soberana", "conchirrica", "tetifuerte"o "matambrito tiernizado en leche". La Marcha Peronista en algún instante de las interminables, inabarcables sesiones de Let it be. Los compases de milonga del segundo minuto de You know my name (Look up the number). El críptico y subversivo mensaje de la película Yellow submarine, que termina con la derrota y fuga a ¡Argentina! de los Blue Meanies, en obvia alusión a la Policía Federal y sus uniformes azules. (En una escena que fue cortada por ser demasiado explícita, los Blue Meanies son recibidos en el puerto de Buenos Aires por dos personajes sospechosamente parecidos al dictador Juan Carlos Onganía y el Cardenal Primado Antonio Caggiano).
Vaya a saber qué hubiera pasado, tácitos amigos, si Hrundi Bakshi hubiera conseguido un taxi a tiempo, aquella mañana del invierno bahameño de 1965.
Mi agradecimiento a Otto Rock, Jordi y Ricardo, que colaboraron casi voluntariamente con la creación de este artículo de música - ficción, historia alternativa o como quieran llamarle.